Tony Herrera Grao: "El futuro del planeta y los retos de la gestión del agua: la responsabilidad del sector agrario"
ECODES
21 de marzo, 2021
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Tony Herrera Grao, Colaborador de la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES), miembro fundador y del Patronato de la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA) y actual presidente del Centro Ibérico de Restauración Fluvial (CIREF).
Nuestro planeta azul, el único por mucho tiempo aún en el que puede sobrevivir nuestra especie, cuenta con un 70% de su superficie cubierta de agua, de la que sólo un 2,5% es agua dulce y de ésta, sólo un 0,007% está actualmente disponible para el consumo humano según la FAO. Este mismo organismo señala que el 70% de la extracción mundial de agua va dedicada a la agricultura, lo cual da una idea del peso e importancia que tiene este recurso en la producción de alimentos. Pero no por ello dejan de ser significativos otros datos, como el hecho de que 2.000 millones de personas no tienen acceso a un servicio de agua potable y que más de la mitad de la población mundial, 4.200 millones de personas, carecen de servicios de saneamiento, según indican la OMS y UNICEF en un informe de 2019.
Para finalizar la lluvia de macro-datos, podemos añadir que un 80% de las aguas residuales llegan sin depurar a los ecosistemas, lo que incide en la disminución de agua disponible por estar muchos ríos y acuíferos contaminados.
En resumen, tenemos un modelo de explotación (en lugar de un modelo de aprovechamiento) del recurso agua, que genera desigualdades sociales, provoca guerras y dramas migratorios, y destruye los ecosistemas de los que dependemos. Un modelo inviable para nuestra supervivencia porque nos acabará llevando hacia la autodestrucción.
A este escenario, que define los grandes retos que comporta la gestión del agua para un planeta habitable y justo para el ser humano, hay que incorporar, entre otros, los efectos de la crisis climática, que conllevará menos disponibilidad del recurso e incremento de los desastres naturales relacionados con el agua. También los de la crisis de biodiversidad, que además de las consecuencias directas sobre el deterioro de los ecosistemas y equilibrios planetarios, tiene otros efectos indirectos, como hemos comprobado con la crisis sanitaria provocada por la COVID 19, que nos alertan de que este tipo de pandemias podríamos tener que enfrentarlas cada vez con más frecuencia.
En este contexto, recuperar y restaurar los ecosistemas acuáticos es tarea urgente e indispensable para incrementar la disponibilidad de agua para el abastecimiento y la producción de alimentos, así como para contribuir al soporte de la biodiversidad y los procesos ecológicos y geomorfológicos. El modelo de producción agrícola, sin duda, debe sufrir también una nueva revolución, como aquella revolución verde que se inició en los años sesenta, en la que el objetivo fue el incremento de la producción para cubrir las necesidades de una población creciente tras un período de guerras. Toca ahora adaptarse a los nuevos retos mediante, lo que desde la Fundación Nueva Cultura del Agua hemos denominado la transición hídrica. Un cambio de paradigma que va más allá de la modernización de regadíos para tratar de disminuir con ciertas mejoras en conducciones y tecnológicas los consumos de agua.
Se trata de cuestionarse el modelo de continuo incremento de la oferta en lugar de gestionar la demanda, de controlar la expansión del regadío (legítima pero insostenible en muchos casos), de reconducirnos hacia prácticas agrarias que mejoren los ecosistemas adyacentes diversificando y conservando el paisaje y los entornos naturales. Esto último, por ejemplo, reduciendo de manera contundente la contaminación difusa y la erosión de suelos, recuperando setos y franjas de vegetación natural entre parcelas de cultivo, o recuperando espacio para los ríos.
También la transición hídrica consiste en adaptar el modelo productivo a los efectos del cambio climático y global, que sin duda van a suponer una disminución de los recursos de agua e incremento de los efectos nocivos por sequías y lluvias torrenciales que se harán más frecuentes y severas. Por último, se trata también de mejorar la gobernanza con mayor transparencia y participación pública, y cumplir con la exigencia normativa de la recuperación de los costes de las infraestructuras hidráulicas y su mantenimiento.
En definitiva, con la gestión del agua, entre cuyos usos el enorme peso de la agricultura es incuestionable, nos jugamos en buena medida nuestra salud y a largo plazo nuestra propia supervivencia. Afrontar los retos que tenemos es una necesidad urgente que la política en nuestro país no debería someter al lamentable espectáculo de sus batallas deconstructivas.
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