_{Mauricio García de Quevedo, Director General de FIAB}

Este año 2020 nos ha cambiado a todos: la amenaza del coronavirus y la crisis económica y sanitaria que ha traído consigo han transformado el escenario socioeconómico. Desde el principio de la pandemia, la industria de alimentación y bebidas ─en coordinación con el resto de eslabones de la cadena alimentaria y la Administración─ se vio obligada a hacer frente a una demanda con momentos de acaparamiento y a asegurar el abastecimiento continuo de productos.

Ha sido gracias al esfuerzo de las más de 30.000 empresas del sector y al medio millón de personas que en pleno estado de alarma acudían a diario a sus puestos de trabajo, que hemos podido disponer de los alimentos y bebidas que necesitábamos en todo momento desde la seguridad de nuestras casas. Esta crisis ha sido global y, pese a su impacto, el sector ha sabido sobreponerse a las circunstancias, modificar sus rutinas productivas y extremar sus protocolos de seguridad, que ya eran muy rigurosos antes de la pandemia, para garantizar no solo las existencias en los lineales de los puntos de distribución, sino también uno de los estándares mejor valorados por nuestros consumidores y, más si cabe, en los tiempos que vivimos: la seguridad alimentaria, la variedad de producto y la calidad, una característica intrínseca a nuestros productos.

La industria se ha reafirmado como un sector estratégico y esencial en los momentos de mayor dificultad de la historia reciente de nuestro país, pero también como una pieza clave para nuestra reconstrucción. Sin embargo, la crisis hace mella en la industria y debilita el tejido productivo del que es el primer sector industrial del país. Desde el inicio de la crisis ya han desaparecido 1.800 empresas y la industria ha registrado un descenso en la facturación de más de 3.680 millones de euros.

Nuestra trayectoria depende del correcto funcionamiento de ciertas actividades conexas. Un ejemplo es la hostelería, en un momento en el que los bares y restaurantes de nuestro país se enfrentan a duras restricciones que impiden su actividad. En este sentido, las ventas al canal HORECA se han reducido entre un 50% y un 60% en comparación con el año pasado. Sin la buena marcha de la hostelería es impensable el desarrollo económico de la industria. Otro ejemplo es el turismo internacional, prácticamente paralizado desde el inicio del COVID−19.

No nos podemos olvidar de que el escenario internacional también se encuentra en una situación delicada: a la crisis del coronavirus se le suman la imposición de unos aranceles injustos por parte de la Administración Trump a determinados productos agroalimentarios españoles y las tensiones en unas negociaciones del Brexit con un horizonte cada vez más próximo.

Atravesamos un momento difícil, pero la industria de alimentación y bebidas mira hacia el futuro con esperanza. Esperamos que la vacuna nos permita volver a la normalidad el año que viene y, con ella, recuperemos una tendencia de crecimiento que habíamos mantenido durante seis años. A través de pilares estratégicos como la competitividad, la innovación, la internacionalización y la sostenibilidad, volveremos a situar la industria alimentaria española en el centro de la actividad económica nacional.

Sin embargo, para poder asumir ese papel estratégico en la economía nacional, necesitamos el apoyo del Gobierno. Apostamos por la colaboración público-privada y, por eso, reclamamos que no se demonice la actividad hostelera, fundamental para la economía. En el ámbito económico y fiscal, hay que aumentar, preservar y agilizar la provisión de financiación y liquidez a las empresas, así como que se descarten aquellos impuestos que penalicen el consumo. Además, es fundamental potenciar el trinomio Alimentación-Gastronomía-Turismo a través de acciones que fomenten el consumo nacional, el turismo y la promoción de los productos españoles en el extranjero, entre otras medidas.

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