José Luis Romeo Marín, presidente de la Asociación General de Productores del Maíz de España (AGPME)

José Luis Romeo: "Ecologismo sí, pero con talento"

Asociación General de Productores del Maíz de España (AGPME)

16 de abril, 2023

La reforma de la PAC condiciona el cobro de ciertas partidas a incluir medidas ambientales que suponen una disminución de los rendimientos agrícolas



José Luis Romeo Marín

Presidente de la Asociación General de Productores del Maíz de España (AGPME)

 

Imaginémonos esta escena. Una turba de gente gritando a las afueras de Versalles contenida por una línea de soldados. Un carruaje se dirige al portón principal y tras entrar, desde su ventana, se asoma una azorada Mª Antonieta preguntando al sargento de la guardia: ¿Qué sucede? La gente protesta porque no tiene pan, majestad. Pues si no hay pan que les den bollos. Unos días después, esas gentes hambrientas tomaron la Bastilla y comenzó la Revolución Francesa. En la Plaza de la Concordia montaron la guillotina, y allí cortaron la cabeza de Mª Antonieta y todos los que consideraron privilegiados, incluidos Dantón o Robespierre, políticos que contribuyeron a erigirla. La falta de alimentos ha estado detrás de la mayoría de las revueltas o revoluciones. Sin irnos tan lejos, pensemos en la Primavera Árabe o la crisis de las tortillas de maíz en México en 2007.

Desde los años 60 no ha habido problemas de alimentación en Europa. La mayoría de los europeos no conoce ninguna penuria alimentaria. No conciben que puedan faltar productos en las estanterías del supermercado. La PAC, creada en 1962, perseguía tener seguridad alimentaria en Europa y fue inicialmente un éxito.

Pero luego llegó la globalización. Europa, para exportar sus productos industriales, abrió su mercado a la entrada de productos agrícolas de terceros países, y la agricultura europea pasó a competir con los precios internacionales. Los precios de los cereales han sido prácticamente los mismos desde 1986 hasta 2020. El golpe que ha soportado la agricultura todos estos años a costa de la industria ha sido tremendo. Los precios de venta de los cereales apenas llegaban para cubrir los costes de producción. Por eso, el campo se ha desertizado y la superficie forestal en España ha crecido un 32 % en los últimos 50 años.

El 30 % de los ingresos agrarios provenían de la PAC, de la que ha dependido la subsistencia de la agricultura, pero desde el año 2000 el presupuesto de la PAC quedó congelado, sin actualizarse ni siquiera por el IPC. Y, finalmente, su actual reforma condiciona el cobro de determinadas partidas de la PAC a la adopción de medidas ambientales que suponen una disminución de los rendimientos agrícolas.

Ahora los ciudadanos han descubierto que la globalización nos ha hecho dependientes. Dependemos de terceros para cosas tan sencillas como unas mascarillas de papel, de medicamentos como las aspirinas, de la energía, de los chips electrónicos, de los cereales y proteaginosas… Europa en materia de cereales depende de Ucrania, de Argentina o de Brasil, países poco seguros. Las crisis que sufren nuestros proveedores, sean guerras, pandemias o revoluciones, nos afectan. Además, la globalización nos ha hecho más pobres frente a otros países que han elevado su nivel de vida.

La subida de la cesta de la compra producida por los problemas de la globalización ha afectado a los hábitos de consumo. Por ejemplo, los consumidores alemanes, que como nosotros han sufrido el alza de los precios de energía y alimentos, han reducido la compra de almendras ecológicas en un 40 %. Y los franceses un 30 %. Ese nivel de ecologismo que exigen como ciudadanos ya no lo quieren pagar como consumidores. La agricultura, a la que le cargan injustamente un 3,8 % de las emisiones de GEI, no debería soportar restricciones que reducen su producción y suben la cesta. Los funcionarios y políticos europeos, que son los privilegiados de nuestra época, deberían ir meditando estas cuestiones. Ecologismo sí, pero con talento. No vaya a ser que si aparece cualquier otro problema global, una nueva turba decida poner otra guillotina, esta vez en la Grand Place de Bruselas.


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